Saturday, April 3, 2010

Doña Perfecta y Natalia: Un breve encuentro


De nuevo, esto es para mi clase de obras maestras. Había que inventar una reunión entre dos personajes de dos obras distintas que habíamos leído en clase. Yo escogí a Doña Perfecta de Doña Perfecta y a Natalia de La Plaza del Diamante (La plaça del diamant). Es solamente un borrador, pero disfrútenlo de todos modos.


            Sus ojos negros se clavaban en su tacita de café, y revolvía el líquido con una mirada mezclada de frustración y preocupación escondida.
            --Me preocupas mucho, hijita-- dijo Perfecta, sin levantar la vista. –Hace mucho que no te veo en misa--.
            Suponía que lo diría, y tenía razón. Dejé de asistir a misa cuando empecé a salir con Quimet, pero ella no sabía que era esa la razón. Y ahora que tenía dos críos y que trabajaba para esos ricos extrañísimos y que atendía a Quimet, pues habría sido imposible encontrar el tiempo. Además, no creo que a Quimet le gustase que yo pasara tiempo en un grupo tan grande sin él. Habría demasiadas tentaciones, y podría cometer un error. Seguramente Perfecta me preguntaría la razón por mi ausencia…
             Sin embargo, Perfecta seguía preguntándome que qué estaba pasando en la vida y que por qué no habría encontrado tiempo para la salvación y las gracias divinas de Dios.
            --Hay que rezar diariamente para poder aguantar la vida, más aún en estos tiempos tan difíciles. ¿Dónde está la razón y la justicia? ¿Dónde está la bondad del hombre?—preguntó Perfecta—Te decía que eso pasaría…Te lo decía…Esto lo prefiguraba yo. Los salvajes se han apoderado y ahora intentan destruir el orden y la razón. ¡Qué horror! ¡Qué descaro! ¡Que intentan matar aun a Dios!—gritó Perfecta.
            Yo seguía escuchándola, pues siempre tenía algo que decir. Además, se le nota que le animan las oraciones, especialmente cuando tienen que ver con el estado de ruina de nuestro país, o así lo diría ella. Sí, que el rostro se le enrojecía y la voz le temblaba. Siempre había sido una mujer muy apasionada, y siempre la respetaba por eso.
            --Natalia, cariño, —me dijo— ¿sabes la causa de estos fracasos y el estado aborrecible de nuestra patria? Son los hombres. Se creen invencibles y todo poderosos, ¡como si ellos mismos fueran Dios! Con su inclinación natural de matar, luchar, y enfurecerse sin pensar de antemano, han dejado de utilizar lo que diferencia al ser humano a las otras criaturas de la tierra… ¡han rechazado la dádiva divina de Dios: la razón! Natalia, esto lo sé de experiencia. Escucha bien mis consejos: Nunca te fíes de un hombre, y jamás deja que él tenga poder sobre ti--.
            Ahora me ruborizó a mí. No era hora de decirle lo de Quimet y mis hijos, que no aprobaría para nada. Además, después de lo de su hija y cómo se volvió loca, era mejor no decirle nada de hijitos y de las relaciones. ¿Qué importaba que tuviera un hombre viril y fuerte a mi lado? Por lo menos me quería, ¿verdad?
            --Estás callada, niña—me dijo Perfecta. --¿Qué pasa?
            --P..p..pues, nada—le dije, tartamudeando mientras se me temblaba mi taza de manzanilla—sólo es que he estado muy ocupada recientemente. Con trabajo y todo, no encuentro el tiempo para asistir a misa—le mentí. Qué raro…antes no mentía casi nunca.
            --Pero Natalia, siempre hay tiempo para Dios. Por lo menos rezas, ¿no?—me preguntó.
            --Sí, cada día—Le dije. –Aunque fuera solamente en mis sueños—me dije a mí mismo.
            --Ah, pues bien. —dijo Perfecta. –Bueno, pues en cuanto al hombre te digo un par de cosas. Hay que aprovecharse de su ignorancia, Natalia. Hay que utilizarlos, manipularlos. Son fáciles de controlar. Aunque no me funciona para mí, pues soy mayor, un vistazo de la caldera los enloquece. Lo bueno está en lo malo, chica. No, mal dicho…No es malo aprovecharse de las dádivas que Dios nos dio a las mujeres, ¿verdad? Con una mezcla de la razón, la manipulación sutil, y la sensualidad, los hombres se te derriten. —
            Qué raro que Perfecta me dijera tales cosas. ¿Qué proponía?
            --Fíjese en Orbajosa—dijo Perfecta—lo tengo bajo control. Hay que tener amigos poderosos y apoderarse de la ignorancia y falta de razón que tienen los hombres. Son tontos todos, Natalia. Todos los hombres. Y pobre María, que tenía que aguantar mucho más que nosotras en la vida en cuanto a los hombres y sus tonterías…--
            Me puse pálida. Doña Perfecta me preguntaba que si estaba bien, y le dije que no sabía, que me dolía el estómago. Me perdoné, me paré, y empecé a salir de la cafetería. Doña Perfecta me miraba con confusión.
            --Pues, que te mejores, y ¡espero verte en misa!—me gritaba mientras salía.
Seguí caminando hasta encontrar un callejón abandonado. Me desplomé, y por primera vez en lo que parecía años, eché a llorar. 

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